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Notas de interes

AQUELLA ESCUELA PRIMARIA

3/13/2020

 

El inicio de mi vida escolar resultó bastante traumática. Llegado al país en mayo de 1952, con siete años de edad y sin haber concurrido a institución educativa alguna anteriormente, debido a que mi padre había decidido que mi formación cultural, de ninguna manera comenzaría en Turquía. Con el único conocimiento de letras, números y dibujos inspirados en casa por mi madre, cuales finalmente representarían el capital inicial para dar comienzo a mi vida escolar, sin conocimiento del idioma y naturalmente excedido en edad. Así fue que con pantalón corto a la rodilla y cabeza rapada, tal como era obligatorio en Europa en la época, ingresó este foráneo llegado desde tierras lejanas, para sorpresa y curiosidad de los alumnos del Primer Grado Inferior de la escuela pública N°13 de la calle Concordia, en el barrio de Flores. Sin hablar e intentando comprender, con el cariño y la contención de mi maestra, la tutela permanente del director del turno de la mañana, más el afecto y la buena voluntad de mis compañeros, cursé el último trimestre del año, como es de imaginar repitiendo Primer Grado.

Mi verdadero inicio escolar sería en la reanudación de las clases en marzo de 1953, mismo aula, misma maestra, nuevos compañeros. Con un panorama favorable esta vez, con un buen dominio del idioma, una inserción feliz en la vida escolar y con la fortuna de un par de rezagados que no permitían que fuera el único grandulón de la clase. Aún recuerdo el enorme cartel que rezaba: “En la Nueva Argentina los únicos Privilegiados son los Niños” Juan D. Perón.  Conservo también la fotografía de mi clase, encabezado por la imagen del presidente y su esposa, más lecturas y salpicones de adoctrinamiento en aquel entonces, que no vienen al caso, pero explican de alguna manera la grieta que hasta hoy sufre el país. Los nuevos amigos de la comunidad armenia me sugerían que me mantuviera ajeno a estos temas, así lo había hecho. Al margen de todo, la Celeste y Blanca la sentía mi bandera, la escuela mi segundo hogar, mis maestros seres maravillosos, compartiendo cada momento, inculcando valores, haciendo de su vocación una entrega permanente.

En esos tiempos el segundo año de la escuela primaria se denominaba Primero Superior. En ese año me preparé para dar examen y dar libre el que sería Segundo Grado. Con resultado favorable y en condiciones muy emotivas pasé directamente a Tercero, reencontrándome con mis amigos de aquel primer año para el olvido. En esta etapa escolar se producía un cambio vertiginoso en el aprendizaje, el Manual Estrada III un libraco imprescindible, lecturas obligadas, matemáticas con todas las complejidades, historia nacional y universal, geografía, lenguaje y escritura. Un avance forzado en los conocimientos que serían profundizados y reafirmados en los tres años siguientes. Claramente, alumnos con dificultades, docentes poniendo su mayor esfuerzo, padres intentando colaborar con la inimaginable idea de culpar o amenazar a los maestros, inexistencia de huelgas o días de estudio perdidos por razones abstractas, compañerismo y solidaridad entre los alumnos, amistad y armonía más allá de las aulas.

Quinto Grado (1957) Sexto Grado (1958) Los niños nos habíamos transformado en jovencitos, distantes a pocos peldaños de la adolescencia, algunos con incipientes bigotitos. Para ese tiempo, seis alumnos seríamos elegidos por la dirección de la escuela para actuar como “Alumno Guía” ( instruidos y apadrinados por la Policía Federal) Nuestra misión era cuidar en los recreos, entrada y salida de la escuela, al resto del alumnado (150), con autoridad para aplicar sanciones. En los dos años no hubo ningún accidente, enfrentamientos ni incidentes. La palabra, el consejo amistoso, la autoridad sin ostentación y fundamentalmente un compañerismo bien entendido, fueron los elementos que nuestros maestros nos habían sabido infundir. Ellos estaban congratulados y orgullosos de su tarea, no se si cobraban bien o mal, se bien que sentían verdadera vocación por lo que hacían.

Mi egreso resultaría igual o más traumático que el ingreso. Faltando pocos meses para finalizar el ciclo lectivo, mi padre sufriría un duro golpe económico a manos de un socio infiel, quien nos había puesto en una situación moral y financiera agobiante. Mi padre era un excelente técnico, pero desconocía el idioma local, careciendo de posibilidades para conducir la tarea comercial y administrativa de su profesión química. No habiendo alternativas me tocaría hacerme cargo prematuramente de aquello que él estaba impedido. Durante semanas abandoné la escuela, a meses de recibir mi diploma.

Una mañana fría de agosto una figura alta y esbelta, muy temprano, tocaba el timbre de mi casa: “Ponete el guardapolvo, tomá tus cosas y vamos a clase” dijo, no había alternativa, sería imposible contradecir a mi maestro, José María Rossi. En pocos días pude recuperar el tiempo perdido, finalicé mi ciclo con honores y abanderado de la escuela. En un largo abrazo maestro y alumno no pudimos evitar las lágrimas.

AQUELLA ESCUELA PRIMARIA, era fuente de personas de bien, capacitadas para trabajar con éxito en cualquier actividad, desarrollar negocios y hacer frente a las exigencias de la vida con solvencia y actitud. Aquellos Maestros fueron los próceres vivientes de nuestra infancia.

A.K.