Nadie hubiera imaginado que un virus, de origen todavía no del todo preciso, lograra tener los efectos que las armas más sofisticadas, las amenazas nucleares y las pretensiones de dominio de las grandes potencias, no habían logrado hasta la fecha. El mal se introdujo a sus anchas por todos los rincones del planeta, sin discriminar país, credo ni color de piel de sus habitantes. La pandemia del Covid-19 dejó al desnudo la falta de estrategias a nivel mundial de acciones conjuntas, para luchar con eficacia frente a este tipo de situaciones, como así la actitud contradictoria de gobiernos que en los papeles ejercen el liderazgo de las naciones del globo universal, cuales a la hora de tomar determinaciones, resultaron un verdadero fiasco.
Las conjeturas de cómo, cuándo y hasta, si alguna vez terminará esto, surgen a torrentes cotidianamente, a cada hora diría, para todos los gustos, aunque al día de hoy no existe precisión científica seria y confiable que nos pueda dar una pauta creíble.
Lo que si es posible evaluar por aproximación, son los daños colaterales que dejará el flagelo. Sabemos que nada será como antes. La economía del mundo quedará devastada. Los países más expuestos, como siempre, sufrirán las peores consecuencias, la exigencia de gobernantes probos en los mismos será una constante, el derroche, la mala administración, el dominio de las masas a través de limosnas, la corrupción y la mentira, tendrán menos espacio que nunca. La escasa producción de riqueza será barrera infranqueable para cubrir con el fácil camino de más impuestos la deficiencia del planeamiento y el desarrollo de los países. Mientras las grandes potencias, tendrán que explicar acerca de sus multimillonarios presupuestos militares y los inconmensurables gastos en armamento. La ciencia, la salud, el medio ambiente, la tecnología, deberán de ser el centro de atención para gobiernos con responsabilidad política y sentido común.
La actitud de las personas deberá cambiar. Se ha visto que el coronavirus no contempla ricos o pobres, el virus ataca y mata sin aviso. De manera que el consumismo desproporcionado, el lujo innecesario, la ambición desmedida, la carrera por el placer, se ha visto que en estos días, quedan limitados a una cuarentena obligada entre cuatro paredes. Ya no nos resulta importante tener un auto de lujo, ni un traje de Boss, quisiéramos poder tomar sol libremente en el parque o poder ir al cine a ver una película. La reflexión obligada nos ha llegado sin aviso, para quedarse.
El comportamiento de uno hacia el otro cambiará. Antes de un abrazo, dudaremos del otro. Veremos a médicos, enfermeros, trabajadores sociales, voluntarios, con la admiración que siempre merecieron, sin embargo, los habíamos ignorado hasta ayer con arrogancia. Tal vez recuperemos el sentido de familia, el valor de la amistad, al tiempo de apreciar, por fin todo lo bueno, simple y al alcance de nuestra mano que nos brinda la naturaleza.
A. K.